lunes, 13 de mayo de 2013

Les importa si las miro?

Les importa si las miro?, las dos mujeres me miraron sin estar muy seguras de lo que les había dicho, y tras reiterar mi pregunta decidieron divertidas, ante lo inusual del pedido, que nada perdían con ello, al fin y al cabo estaban acostumbradas a que las miraran fijamente y sin pedir permiso, así que al rato se olvidaron de mí, que las miraba atentamente, disfrutando del hecho de tener su permiso para mirarlas sin ambages ni disimulos, ni voltear la mirada de cuando en cuando como suele suceder cuando observamos a alguien desconocido que llama fuertemente nuestra atención. Ellas estaban acodadas en la barra del bar, hablando animadamente sobre algún tema que infiero era sumamente interesante y divertido, que no se distraían de su conversación y reían mucho, yo no estaba lo suficientemente cerca como para escucharlas, pero eso no me preocupaba en absoluto, mi interés radicaba en cómo se veían, como se comportaban, como se movían y las reacciones que provocaba su presencia. Por otra parte, había tenido la oportunidad en otras ocasiones, de escuchar retazos de conversaciones entre mujeres de su misma condición, y sus conversaciones discurrían entre chismes y quejas, así que no era difícil adivinar que hablaban de un chisme jugoso de su entorno. A pesar de estar inmersas en su charla, se notaba que nunca perdían la percepción de lo que las rodeaba, se sabían observadas, deseadas, o quizás solo lo asumían así, se sabían dueñas, depositarias de todas las miradas y deseos de la concurrencia masculina y del desprecio, entendido como envidia, de la femenina. Parecían irradiar una luz que atraía miradas como si de insectos nocturnos se tratase, porque no era yo el único que las miraba, pero si el único que no tenía que disimular y que se acercó a ellas y luego de un rápido cruce de palabras no fue despedido con un deje de desdén mezclado con cierta coquetería. Me sentía invisible, así debían sentirse los seres que observaban sin ser observados. Mi actividad voyeurista no se limitaba solo a las dos mujeres en cuestión, mi mirada también discurría entre la variada clientela que ocupaba el local, era impresionante el efecto que causaban el par de la barra entre ellos, mi mirada a veces se apartaba de ellas para comparar mi fascinación con la de los demás observadores furtivos. Definitivamente una gran parte de nosotros se siente atraído por mujeres así, paradójicamente todos somos capaces de hacer lo que ellas hacen, incluso lo de la frecuencia podría no ser problema si nos empeñamos en ellos. Pero aun así, el aroma de lo prohibido, del tabú, nos atrae inexorablemente. Acababan de salir del trabajo, eso lo supe un poco después, ya que en un momento pensé que solo estaban tomando un receso. Para justificar mi presencia en el sitio pedía una cerveza tras otra, mientras observaba su ropa ajustada, que delineada cada centímetro cubico de sus curvilíneos cuerpos que sin duda habían pasado por la camilla de un cirujano, sus cabellos densos, larguísimos y abundantes que enmarcaban sendos rostros sumamente maquillados, de exuberantes pestanas y carnosos labios, tacones de vértigo que hacía temer un terrible esguince de ocurrir el más mínimo traspié, cosa que intuí mientras las veía desfilar al sanitario, jamás sucedía, ya que los manejaban con el aplomo de un avezado equilibrista acostumbrado a diarias presentaciones; pero sus más brillantes alhajas eran sus actitudes, esas poses de inalcanzables y desinteresadas de su entorno, ese esquivar de miradas, ese: búscame… En un momento dado, una de ellas miro su reloj y con gestos ominosos le indico a la otra lo que sin dudas era su necesidad de marcharse, tras lo cual ambas comenzaron la danza de los que se marchan, las vi saldar su cuenta con el barman con sonrisas y vistas vertiginosas de generosos escotes y acto seguido desaparecer por la puerta del bar seguidas por multitud de miradas ya despojadas de disimulo, las miradas francas del que mira desde atrás. Luego de un rato y sin nada de interese que me hiciera permanecer en el lugar, cancele mi consumo y salí a la calle, hacía varias horas que se había ocultado el sol y la calle estaba desierta, salvo algunos borrachos apostados en las esquinas bajo los postes, como tratando de mantenerlos en su sitio. Mientras, esperaba que apareciera un taxi y daba la última calada al cigarrillo que tenía entre los labios, el último de la noche prometí, aunque sabía que no era cierto. Luego de un rato de soledad en la calle, el silencio se vio interrumpido por el abrirse y cerrarse de una puerta a mi espalda y el ruido de las pequeñas ruedas de un pequeño maletín, una mujer salía del hotel donde estaba el bar del cual acababa de salir yo hace unos instantes. Esa mujer de apariencia corriente y gesto cansado no mereció más de una mirada distraída de mi parte, que permanecí sumido en mis cavilaciones, banales y absurdas a esa hora de la noche y en el estado etílico en el cual me encontraba. Permanecimos solos en mitad de la acera, sin mirarnos, sin hablar, solo esperando, luego de un par de minutos apareció doblando la esquina un taxi, cuando este se percató de nuestra presencia se acercó lentamente por la calle y paro a nuestra altura, la mujer hizo un enérgico ademan y acerco presurosa al destartalado taxi, supongo que por temor a que yo fuera a tomar el taxi antes que ella, pero yo apenas me moví de mi posición para cambiar el pie de apoyo, no estaba apurado por regresar a mi apartamento. El hecho de que la calle estaba desierta y que solo estaban la mujer y el taxi me hizo observarlos, mas por el hecho de que estaban allí que por el hecho de que me interesara verlos, la luz amarillenta del poste más cercano me permitió distinguir en el brazo de la mujer, un pequeño tatuaje que había estado observando durante gran parte de la noche.

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